viernes, 25 de mayo de 2018

Guerrera



Abrazada por las lenguas de fuego,
la oscuridad de una noche sin luna,
sin viento, sin estrellas, sin fortuna,
sin calma, sin cobijo, sin sosiego.

Así fui encontrada y así me entrego:
corazón sin muro o defensa alguna,
palabra intencionada que importuna,
que juega rebelándose en el juego.

Podría ser escasa mi armadura
contra un mundo feroz y bien armado,
contra sus malas artes y conjuras.

Es, quizá, mi intento desesperado
sin saber si estoy sola o a la altura
de aniquilar el veneno inculcado.

viernes, 27 de abril de 2018

#Lía: Una simple hormiga



   La puerta se cerró tras Lía con el mismo estruendo con el que su mundo se vino abajo. Un terremoto de emociones aceleraba su corazón y ensordecía sus oídos cansados de insolencias no solicitadas.
   Su portátil.
   ¿Dónde estaba su portátil?
   En la distancia sonaba un teléfono. En la calle, una sirena. El grifo de un vecino, la tele de otro. El zumbido de su propia nevera. En su memoria, los pasos sobre adoquines a sus espaldas.
   Internet. Tumblr. Nueva entrada.
   Sus ojos vieron el cursor parpadear...

   “No me lo puedo creer.
    No quiero creérmelo.
   No quiero creer que no pueda volver a casa, andar, caminar, poner un pie detrás de otro... ¿está prohibido por la ley? No. Entonces, ¿por qué no debería poder hacerlo sola y sin miedo? ¿Por qué no me dejan hacerlo?
   Si no vuelvo y me quedo con alguien, me puede atacar y será mi culpa por dormirme en su presencia. Si vuelvo sola, me pueden atacar y será mi culpa por volver sola a esas horas. Si pido a alguien que me acompañe, me puede atacar y será mi culpa por insinuarme a esa persona. Si cojo un taxi, el taxista me puede atacar y será mi culpa por haberme subido en él...
   Si paso al lado de un hombre y me mira, ¿qué hago? ¿Le miro para que sepa que me quedé con su cara? ¿No le miro para que no se sienta confrontado? ¿Me cambio de acera para ver si se le ocurre perder el interés? ¿Me quedo en la mía para que mi miedo no le divierta? ¿Le contesto para que se calle? ¿Me quedo callada para que se calle? ¿Me resisto para que no me fuerce? ¿Me dejo para que no me mate? ¿Izquierda o derecha? ¿Arriba o abajo? ¿A o b?
   ¿Hay alguna diferencia?
   Para él no.
   Para él, desde el momento en que sus ojos se posan en los míos, soy un objeto que utilizar y abusar, una presa a la que dar caza como sea. Ya no hablamos el mismo idioma, ya no importamos lo mismo. En el momento en que su orgullo y su instinto se miran a los ojos y se dicen “sí”, da igual si cada fibra de mi ser grita “no”, no me escuchará, no me oirá, ni siquiera se percatará de mis intentos de evitarle, porque mi opinión ya no importa, tan sólo sus deseos.
   Él es un niño caprichoso y muy malcriado. Yo, la hormiga que ha caído en su trampa. Da igual quién sea, da igual cómo sea, da igual lo que diga, da igual lo que haga, da igual hacia dónde me dirija… Todo da igual. Mi cuerpo será observado por una sonrisa babeante, mis patas serán arrancadas una a una, mi vida y mi dignidad aplastadas por la autoridad de un dedo inconsciente… o, en ocasiones, demasiado consciente y complacido.
   Pero yo sólo soy la simple hormiga.
   Y me haga lo que me haga, al resto del mundo le dará igual.
   Y no pasa nada.

   Lía envió aquel mensaje con los dedos aún temblorosos. Los mismos que aquella mañana temblaron al leer las noticias. Los mismos que minutos antes se habían aferrado a su bufanda tras el primer piropo. Los mismos cuyas uñas había mordido al oír los pasos que la seguían de cerca. Los mismos que habían agarrado las llaves como una navaja improvisada todo el resto del camino. Los mismos que habían empujado la puerta con prisa para que nadie se colase tras ella en el portal. Los mismos que habían frotado sus ojos para evitar llorar, por milésima vez, en el ascensor.
   Los mismos que escribían por ella las palabras que le gustaría gritar a más de uno a la cara. Estoy aquí, valgo tanto como tú. Este es mi mundo y tengo derecho a vivir tranquila en él.
   Esos mismos dedos, esas manos, esos brazos, esas piernas, esos pies...
   Esas patas de hormiga arrancadas con el mismo crujir de su sonrisa amarga, ese corazón cansado de suplicar que le permitan seguir existiendo, esa voz que no se callará más palabras, …
   Una persona entera que no descansará mientras le queden fuerzas para luchar por su vida y la de todes, mientras le queden fuerzas para seguir viviendo.

sábado, 31 de marzo de 2018

La tejedora de historias: El lince pardo de Nanse.



 Vivía una tejedora 
dedicada a su pasión: 
tejía días y horas 
sin descanso o dilación. 
Cada retal era una historia, 
cada hilo una canción 
que unía sin demora 
las tramas de la acción. 
Todas aquellas historias 
salían de su corazón; 
y le preguntaba, observadora, 
su hija con emoción: 
- ¿Qué cuento, qué memoria 
tejes madre en esta ocasión? 
- "El lince pardo de Nanse" toca ahora, 
escucha con atención.


Érase una vez, una historia de amor fraternal.
Érase una vez, una historia de una ídolo y su admiradora.
Érase una vez, una historia de un trágico accidente.
Érase una vez, una historia de una mágica protectora.
Érase una vez, una historia de valientes agentes.
Érase una vez, una historia de una niña soñadora.
Érase una vez, una historia de un espíritu indomable.
Érase una vez Amina y Ariel. Y esta es su historia.
Eran ellas dos jóvenes valientes de nueve y diecinueve años, con toda una vida por delante. No habían crecido juntas buena parte de su vida, pues Amina ya había partido para entrenar junto a su maestro en el arte de la lucha cuando Ariel entonó su primer llanto. Pero esto no las libró de formar un poderoso lazo que unía sus corazones en un amor fraternal y una camaradería como las que solo dos grandes mujeres podían llegar a sentir, en aquellos tiempos de antaño.
Amina protegía y guiaba a Ariel y Ariel idolatraba a Amina por encima de todas las cosas.
Era por esto que las jóvenes se esforzaron en pasar juntas todo el tiempo que sus estudios y diferencia de edades les permitían, visitándose y pasando todos sus permisos y descansos en compañía.
Llegó el día en que la joven Ariel debía partir para unirse a su ágil y fuerte hermana, quien ya casi había completado su formación, y ambas decidieron celebrarlo con una pequeña excursión de aventura. Irían a los Montes Satélite, que por entonces tenían otro nombre más antiguo, a practicar escalada en las paredes rocosas del cañón en el que brotan las primeras aguas del río que hoy llamamos Laika.
El día era templado, como todos los días de la región. La vegetación azulada se adhería como podía a las paredes de la roca absorbiendo la humedad y su frescor, creando caminos verticales aleatorios, enmarcados por sus florecillas rojas. El eco canturreaba con los susurros de las primeras aguas sin un atisbo de viento que le acompañase en el fondo del valle. Parecía la ocasión perfecta.
Las dos mujeres sacaron sus herramientas y comenzaron a escalar la montaña con calma pero sin pausa, querían alcanzar la cima a tiempo de la hora de la comida y disfrutar charlando de la luz de Pronto hasta el atardecer, hacía demasiado tiempo que no tenían la oportunidad de pasar un día entero juntas y, mucho menos, con semejante paisaje a su alrededor.
Pero, al parecer, el destino no estaba muy de acuerdo con la paz que buscaban y les tenía otro camino reservado. Cuando apenas habían llegado a la mitad del recorrido, la pequeña Ariel resvaló, perdió altura y estuvo a punto de estrellarse contra un saliente que de seguro le habría roto una pierna como mínimo. Por suerte, los reflejos entrenados de su hermana le hicieron impulsarse rápidamente en su dirección y alcanzarla a tiempo. Ambas se miraron y respiraron aliviadas, temblando por la adrenalina y conscientes de lo cerca que habían estado del desastre.
Pero, por desgracia, aquello no supuso el fin del peligro, pues la misma maniobra que permitió a Ariel recuperar el equilibrio, desestabilizó el de Amina con una prontitud ante la que ninguna de las dos fue capaz de reaccionar a tiempo. Antes de ser conscientes siquiera de lo que estaba pasando, los ojos de Amina se clavaron con un grito silencioso en los de su hermana mientras esta era obligada a observar cómo caía al vacío y cómo su cuerpo desaparecía en el fondo del valle.
Ariel nunca recordaría cómo logró llegar a la cima.
Tampoco a través de qué camino logró llegar a casa.
Lo único que su mente sería capaz de retener de aquella tarde fue cómo un animal que durante décadas había reuhído el contacto erlino y que se creía extinto había aparecido a su lado y había tirado de su ropa hasta obligarla a ponerse en pie y seguirla hasta la cercana aldea de Nanse, permaneciendo a su lado hasta que un grupo de adultos se hizo cargo de ella.
Nunca nadie fue capaz de recuperar el cuerpo de Amina, por más que lo buscaron. Nunca nadie pudo explicar qué había pasado exactamente aquella tarde ni cómo una joven agente tan prometedora había hallado tan horrible final.
Nunca nadie fue capaz de entender cómo aquel animal se había encariñado y guiado a una niña, cómo se había mantenido cerca y cómo había vuelto a ella tiempo después, negándose a apartarse de su lado nunca más. Y Ariel había aceptado en su vida a aquella lince cuya mirada la seguía a todas partes, aquella lince de pelo pardo como el de su hermana, aquella lince que se aseguraba de mantenerla a salvo, acompañarla en todas sus misiones y que acabó salvándole la vida más de una vez. Igual que aquella primera vez.
Y fue así como la lince Amina se convirtió en un símbolo; en el símbolo de los agentes caídos, en el símbolo de los agentes de servicio y en el de todos los agentes erlinos en general. Se convirtió en el Ojo Avizor que nos protege y en la lealtad entre compañeras y hermanas que se quieren y se protegen más allá de la muerte.

viernes, 2 de marzo de 2018

Regresos y cambios


Un nuevo año ‒erlino‒ comienza y, con él, llega una nueva etapa, una nueva lista de propósitos, un nuevo diseño para ambos blogs, un nuevo calendario de aventuras que llevar a cabo y, esta vez, mantener hasta la posteridad.
Seguramente habréis echado de menos la actividad por estos lares. Yo, os puedo asegurar que lo he hecho. A partir de ahora, nadie tendrá que volver a hacerlo, os vais a empachar de mí.
La cosa va a ser como sigue:

- Cada 2 viernes tendréis a vuestra disposición una ENTRADA DE BLOG en Vestigia supra arenam o en Cajón de-sastre: En la mente delescritor, alternativamente.

- Durante las semanas intermedias sin blog, podréis disfrutar los lunes de fotos desde INSTAGRAM con el ya conocido hastag #ConMantaYChocolate y con los dos nuevos hastag #NiCuentosNiCuentas y #Saritazas y los miércoles de fotos-cita desde FACEBOOK.

- El resto de los días, dedicaré algo de mi tiempo a escribir y compartir a través de TWITTER, además de seguir compartiendo en INSTAGRAM mis lecturas con el hastag #saritlee

- Además, aprovecho para comunicar la inauguración de mi nueva cuenta en la red social CURIOUS CAT, en la cual podréis enviarme cualquier tipo de pregunta o duda de forma pública o anónima sobre cualquier tema. Para el envío de fotos, preguntas con spoilers o mensajes privados, seguís teniendo a disposición este CORREO.

Espero que os gusten los nuevos cambios y que disfrutéis el nuevo contenido que está por llegar. Muchas gracias a todos por todo.
Nos leemos.
‒Sarit

viernes, 22 de julio de 2016

La tejedora de historias: Los hijos del carpintero


 Vivía una tejedora 
dedicada a su pasión: 
tejía días y horas 
sin descanso o dilación. 
Cada retal era una historia, 
cada hilo una canción 
que unía sin demora 
las tramas de la acción. 
Todas aquellas historias 
salían de su corazón; 
y le preguntaba, observadora, 
su hija con emoción: 
- ¿Qué cuento, qué memoria 
tejes madre en esta ocasión? 
- "Los hijos del carpintero" toca ahora, 
escucha con atención.



            Gran maldición fue aquella que sufrieron los hijos del carpintero y que enseñaría una valiosa lección a las generaciones futuras: la de la estrecha relación entre envidias y soledades cuando nos dejamos arrastrar por alguna de ellas.
         Era el padre de estos gemelos muy hacendoso, talentoso y bienintencionado. Sus trabajos eran muchos y su salud escasa, lo que le empujó a tomar la mala decisión de emplear su valioso tiempo excediéndose en el trabajo para que, de faltar él algún día, sus hijos pudiesen valerse de su ejemplo y sus ahorros en lugar de poseer un puñado de recuerdos melancólicos y tristes compartidos con él. El resultado fue que aquellos muchachos crecieron solos y se hicieron a sí mismos en todos los sentidos, buenos y malos, que dicha expresión puede albergar: Sacaron sus propias conclusiones de la vida, tomaron sus propias filosofías y valores...
            Llegó el fatídico día en que su padre, ya postrado en cama, parecía no ser capaz de aferrarse a la vida por más tiempo, por lo que les mandó llamar. Acudieron ellos esperando despedirse y seguir con sus propias vidas independientes, con sus carreras, con sus ambiciones, sin mirar atrás. Pero una sorpresa les aguardaba en la mesita de noche: Dos cajitas de madera, de parecido tamaño y dispar apariencia. La primera era la más grande y llamativa, delicada y ostentosa, con piedras preciosas engarzadas y filigranas entrecruzadas por doquier; la segunda era algo más pequeña y sencilla, pero igualmente bella, con madera fuerte y robusta, relieves tallados y un barnizado exquisito.
            Su padre, rompiendo junto con el silencio la fascinación de sus hijos, les habló así:
            - Hijos míos, mi hora ha llegado al fin. He de partir de este mundo y no es poco ya lo que os dejo en posesiones, pero me gustaría añadir un último obsequio a vuestra herencia. Mucho he rogado a Alma para que haga de vosotros hombres de provecho y que nada os falte: ella me ha escuchado, hacedlo ahora vosotros.
            >>Sabéis que a través de mi estirpe descendéis de un hombre que en su día fue ermitaño, parte de una orden dedicada al conocimiento y la sabiduría terrenal, y es esa sabiduría terrenal heredada la que asumo en vosotros y a la que apelo ahora. En mi mesita habéis observado ya dos cajas de madera con relieves artesanales que ahora pasarán a vuestro cuidado. Ambas son a la vez muy diferentes pero complementarias y por esta razón, al igual que vosotros, siempre deberían permanecer unidas, bajo un mismo techo, bajo una misma posesión. Sé que no puedo impedir que os repartáis todo mi patrimonio y lo espero, pero atended bien: si habéis de partir caminos y repartiros las cajas, aseguraos de elegir bien con cuál de ellas os quedaréis y bajo ningún concepto cometáis el error de romper sus sellos y abrir lo que ha permanecido oculto durante tantos siglos.
            Con estas palabras los despidió y al marchar la luz de aquél día su espíritu se fue con ella, dejando a sus hijos solos en la oscuridad del mundo.
            Y antes incluso de que llegara el alba, el primero de los hermanos, el más avaricioso y deshonorable, ya pretendía desoír los deseos de su padre, permitiendo que su codicia determinase qué caja quería poseer y qué haría con ella. Con su progenitor aún de cuerpo presente y algo de calor aún habitando su cuerpo, entró sin pudor en la habitación y cogió ansioso la caja ostentosa, presumiendo que si tenía tantas riquezas en el exterior, el interior debía ser aún más asombroso.
            Rompió el sello y la abrió sin dudar, y en ese mismo instante la maldad y la mala fortuna salieron juntas de la mano buscando un nuevo recipiente y se alojaron en su corazón, envenenándolo con su negrura.
            El muchacho maldijo. Maldijo a la caja y su contenido. Maldijo a su padre y todos sus antepasados. Maldijo a todo y a todos, menos a sí mismo y a sus actos, mientras su corazón se retorcía en su pecho como si una garra lo estrujase.
            Y entonces quiso reparar su mal desobedeciendo nuevamente, tornando su atención hacia la caja humilde, arrancando su sello con manos temblorosas por la rabia y el dolor, abriendo una propiedad que ya no le pertenecía, liberando a la bondad y la buena fortuna esperando que equilibrasen el mal en su interior. Pero ellas le rechazaron, pues las cajas eran complementarias, pero sus contenidos no eran coexistentes, no podían habitar juntos en el mismo individuo, aquél regalo que él había obviado y rechazado ahora pertenecía a su hermano. Y su envidia, alimentada por la maldad, no lo pudo soportar.
            Daga en mano, se dirigió a la habitación de su hermano y se apoderó literalmente de su corazón, asegurándose de que nunca volviese a despertar; privando a la bondad y a la buena fortuna de su nuevo hogar y obligándolas a vagar sin rumbo, entregadas al azar. Y ocultó el corazón sin vida en la caja humilde y la daga ensangrentada en la caja ostentosa, enterrando la primera junto a su hermano y huyendo con la segunda.
            Pero este crimen no podía quedar impune. Y quiso Alma, o el destino, o ambos, que no fuese así, pues una maldición cayó sobre aquellas cajas por la cual, se dice, la caja ostentosa sólo podría albergar cosas nocivas, cuya negra aura ahuyentará a todo y a todos, condenando a su dueño a la riqueza en apariencia junto a la miseria de la soledad; y la humilde sólo podría albergar cosas buenas, emitiendo un aura tan pura y limpia que incendiará envidias y rencores, condenando a su dueño a los peores peligros y amenazas de la enemistad.

            Y así comenzaron sus viajes por separado, de mano en mano, de dueño en dueño, interviniendo silenciosas en los destinos de erlinos incautos, esperando impasibles un posible reencuentro."



viernes, 1 de julio de 2016

Ermitaña dramática


Andando por el bosque me perdí
y no encontré en los árboles respuesta
alguna que me llevase de vuelta
hasta el punto de encuentro o hasta ti.

¿Qué será a partir de ahora de mí?
Sin medios, sin recursos, sin maletas,
sin mapas, sin cobertura, sin fuerzas,
sin plan de escape con el que salir.

Tendré que convertirme en ermitaña,
buscar alguna cueva e instalarme
junto al río, a los pies de la montaña.

Me va a costar la vida acostumbrarme,
pero ello no es la cosa más extraña
pues es lo que me espera en estos lares.




viernes, 4 de diciembre de 2015

Soneto a una sonrisa


Érase un hombre de risa constante,
érase una boca toda de dientes,
era una sonrisa sobresaliente,
felicidad cálida y deslumbrante.

Era una cueva y mina de diamantes,
era teclado de piano excelente,
era camino cubierto de nieve,
era promesa de vida agradable.

Era de mármol aquella escalera,
era del astro sol mil y un rayos
reflejándose en la mar serena.

Era mueca de rubor y descaro,
de tanta gratitud y cosas buenas
que alumbraba en la noche más que un faro.